La fertilización ha sido y sigue siendo una de las variables fundamentales en la producción alimentaria. Los rendimientos por hectárea son un tema ineludible a la hora de hablar sobre posibilidades en diferentes modelos y sistemas alimentarios. De los diversos tipos de abono previos a la revolución verde son los estiércoles y los restos vegetales los que mayor presencia tenían en el sector primario, simple y llanamente por una cuestión práctica de acceso a recursos de cada territorio.
Los cambios dados a partir de la industrialización del sector primario y la fácil accesibilidad a petróleo y gas, fundamentalmente en la segunda mitad del SXX, cambiaron los paradigmas sobre los métodos de fertilización. El petróleo barato y disponible consiguió cambiar totalmente el modelo de producción a base de maquinaria y combustible. El gas barato y disponible consiguió lo mismo volviéndose en elemento esencial en la fabricación de fertilizantes de síntesis química y fitosanitarios.
Tal ha sido la influencia cultural de este modelo basado en petróleo y gas que ha calado en toda la sociedad transformando conceptos a base de usos y costumbres. Desde las "malas hierbas" hasta el concepto de "limpio" hay un sinfín de mitos generados por el modelo industrializado de producción. Hoy pongo un ejemplo bien conocido y arraigado en el vocabulario agrario: la sulfatadora.
Dejando aparte las grandes maquinarias y herramientas de aplicación de diferentes formulaciones líquidas, pongamos un ejemplo básico que quien más quien menos conoce. Lo que se ve en la foto se denomina hoy "sulfatadora" en vez de mochila. ¿Por qué?
Simplificando mucho, un sulfato es una sal proveniente del azufre. El azufre (S) es uno de los elementos fundamentales en la producción alimentaria. En química orgánica es, por poner solo un ejemplo, un elemento fundamental en la síntesis de las proteínas. Pero habitualmente el azufre es reconocido como uno de los dos grandes antifúngicos, junto con el cobre (Cu). De hecho el sulfato de cobre es una de las fórmulas más usadas en la agricultura. Su uso en las viñas es un clásico en los últimos 50 años. Mildiu, oídio, botritis,... la vida fúngica que coloniza plantas como la vid, el tomate o la patata, genera serios problemas en este tipo de cultivos.
En condiciones de humedad, poca luz y falta de aireación los "fungis" encuentran condiciones idóneas para su reproducción e instalación en nuestros cultivos. El sulfato de cobre es considerado el gran remedio para combatir estos problemas. Lo es considerado porque funciona, es un hecho. Pero, como todo, en vez de aplicarse en momentos puntuales se llevó su uso a otro nivel siendo de aplicación obligada como preventivo año tras año, constantemente. Hace ya años las saturaciones de cobre en los suelos de los viñedos franceses consiguió generar problemas serios en cultivos y su capacidad productiva por puro abuso. Las interacciones de los diferentes elementos en química orgánica se desbalancean ante el abuso del sulfato de cobre y otras formulaciones.
Tal ha sido el uso y abuso del sulfato de cobre en la agricultura industrial que una herramienta llamada mochila pasó a cambiar de nombre y denominarse "sulfatadora". Es habitual que alguien me vea en una finca usando la mochila y me diga "Míralo, el que no sulfataba. ¿Por fin te has dado cuenta de que si no sulfatas no produces verdad?". Y es que la mochila es una herramienta que sirve para aplicar formulaciones líquidas mediante un difusor. Lo que haya dentro de la mochila es otra cosa. Llamemos mochila a la mochila, lleve lo que lleve dentro, seguirá siendo una mochila.
Por ejemplo, uso mucho la mochila para aplicación foliar de abonos líquidos. En este caso de gallinaza con hierba seca y virutas de madera, que saco de los gallineros 8-10 veces al año, dejando madurar toda la mezcla hasta que pierde toda la humedad (elimina putrefacción y transforma amoníaco) y "mineraliza" el nitrógeno, entre otros elementos. Con esto consigo un abono maduro, variado, cualitativo y estable que activo mezclándolo con agua y revolviéndolo varias veces al día durante 3 días.
Pero claro, si digo que uso purín de estiércol, hay quien se echa las manos a la cabeza pensando en los nitratos que los purines de las ganaderías dejan en suelos y acuíferos contaminando los recursos hídricos. Hay que diferenciar un purín de otro. Los purines que se aplican en campos agrícolas y pastos de siega son estiércoles mezclados con agua que no son mezclados con material sólido (paja, hierba seca, madera,...) para estabilizar la mezcla, compostarla. Como observación: no veréis crecer una leguminosa en praderas fertilizadas con este tipo de purines, pensad en ello. Hacen falta materiales sólidos que ayuden a deshidratar la mezcla y transformarla mineralizando el nitrógeno, estabilizando y madurando la mezcla, que pasa de ser menos explosiva en el crecimiento inicial a ser más estable y accesible para los cultivos en el tiempo y mucho menos dañina (al punto de que el daño desaparece) para la vida microbiológica en suelos y salud de acuíferos.
Cuando un estiércol se estabiliza, madura, se deshidrata, los elementos cambian. Por ejemplo, el ciclo del nitrógeno se cumple en el proceso de estabilización dando lugar a otros resultados finales. Así que no todos los purines son la misma cosa. Y es el ciclo del nitrógeno un factor fundamental para diferenciar un tipo de purín de otro.
Por cierto, tras aplicar con la mochila la parte líquida del purín realizado, los restos sólidos los uso en la base de las plantas que estén cercanas al comienzo de producción de fruto o raíz, en esta época invernal, a coles, remolachas y cebollas fundamentalmente. Recordad que, aunque esté activado con agua, al ser un abono previamente estabilizado/madurado no crea procesos de putrefacción ni "quema" las plantas. Podéis aplicarlo con tranquilidad y seguridad alimentaria.
Tengan ustedes un buen domingo.