Constatando el inmanejable volumen de datos cruzados,
intereses creados y recreados, diversidad de pensamientos postmodernos y toda
clase de valoraciones tecnooptimistas y biocatastrofistas no me queda otra conclusión
que la aceptación de la incertidumbre y el escepticismo. Y no precisamente para
vivir en la estática del “a verlas venir” sino para conservar un adecuado
equilibrio de salud mental.
Información masificada, locura asegurada, caos social.
La encrucijada es tal que no veo salida mínimamente ordenada
y consensuada en la vorágine de acontecimientos sociales, políticos,
económicos, humanitarios, medioambientales, éticos y filosóficos en la que hoy
vivimos. Cada cual barre para su casa. Incluso los nuevos gurús del común se
masturban ante el espejo, retroalimentando su propio ego. Y las personas sabias,
que son precisamente las que no se lo consideran, son apartadas a un lado, pues
no tienen capacidad de marketing, ni son influencers, ni quieren serlo, porque
saben lo que ello implica y, sobre todo, lo que ello significa.
Me quedo con la fuerza racional de dos conceptos que me gustaría
unir ahora. Uno es de Jaime Izquierdo y otro de Carlos Taibo:
“Insistencialismo” para “descomplejizar”. Creo que nuestra
sociedad, ahora mismo, necesita de esta unión. Caminar y caminar sendas que nos
permitan volver a lo sencillo, a lo básico. Creo que ésta es la manera más
adecuada de reestructurar una sociedad que hemos permitido perderse en la
artificialidad, ya no del antropocentrismo extremo, sino en la evasión de lo
tangible, de lo cercano, de lo vital. Etiquétalo como materialismo, como
ingenuo, como ignorante,… La etiqueta no sirve si no hay tarea previa, ardua y
sostenida en el tiempo. Ya vale de etiquetas superfluas a acciones inacabadas o
embrionarias o inexistentes. Demasiada atención al resultado sin poner en valor
las ganancias invisibles de lo caminado.
Bajémonos los humos y, sobre todo, pensemos en cómo dejar de
producirlos, más allá de intereses egocentristas, absolutistas de la verdad,
patrióticos de pacotilla, ecologistas de boquilla y antropocentristas de facto.
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Hacen falta más puentes para comunicarnos y reencontrarnos desde la empatía.